jueves, 8 de octubre de 2009

Quien intercede por Ti

Toda persona, independientemente de que haya tenido hijos o no, sabe el dolor inmenso que experimenta una madre viendo sufrir a un hijo. Mientras mayor es el padecimiento del hijo, más sufre la madre. Jesús en su pasión padeció tormentos físicos y morales terribles: golpes, azotes, coronación de espinas, crucifixión, sed abrasadora, burlas, desnudez física, que era oprobio para los judíos, acusado de sacrilegio, etc. Y todo esto siendo inocente, lo que aumentaba la intensidad del dolor de la madre. Al pie de la cruz se cumplió en María lo que el anciano Simeón le había profetizado, cuando la presentación de Jesús en el templo, de que una espada le atravesaría el alma. A Jesús una lanza le atravesó el costado, pero a María una espada de dolor la hirió en lo más sensible de sus sentimientos, y así fue asociada por Dios de una manera admirable en la obra de nuestra redención, por lo que la Virgen Dolorosa es llamada corredentora y, como dijo Simeón, quedaron al descubierto las intenciones de muchos corazones (cf.Lucas 2,35).

Los dolores del alma de María fueron intensos, pero ella no entró en crisis emocional. Estuvo firme, de pie junto a la cruz, porque ella confió siempre en Dios, y en sus manos puso sus azares. Para ella Dios era su roca y su baluarte.

Pablo decía a los colosenses que se alegraba de los padecimientos que soportaba por ellos, y completaba en su carne lo que faltaba a las tribulaciones de Cristo a favor de la Iglesia (Colosenses 1,24). Con más razón lo pudo haber dicho María, y nosotros podemos considerarla como co-responsable de nuestra salvación.

En los momentos difíciles y de dolor, no debemos desesperarnos, pues Dios nos protege, defiende y sostiene, por lo que podemos confiar en él.

Nuestros sufrimientos, ofrecidos al Señor que los permite, se convierten en bendición para nosotros y los demás (esto no significa una aceptación pasiva de todo el sufrimiento humano).

Cristo, el Hijo siendo inocente, sufrió y obedeció. Nosotros nos ¨merecemos ¨ las consecuencias de nuestros pecados, pero podemos presentar oraciones y súplicas al Padre que nos escuchará, y luchar para que haya menos sufrimiento en el mundo.

Podemos acudir siempre a María, nuestra madre, en las necesidades espirituales y humanas, porque ella es escuchada por su Hijo cuando intercede por nosotros, sus otros hijos.

Sabemos, madre, que por las llagas de tu Hijo somos sanados, y que por tus dolores, el Señor escucha las súplicas que tú le diriges en nuestro favor, por eso te decimos: ¨Ruega por nosotros, santa madre de Dios, atendiendo a nuestras súplicas¨. Amén

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