lunes, 28 de septiembre de 2009

Meditar, Cuidar la familia

No es raro que cuando algo nos molesta busquemos culpar a otras personas, sin detenernos a considerar de qué manera hemos influido nosotros a que eso que no nos gusta haya tenido ese resultado negativo.
Les transcribo una historia que me llegó por vía electrónica de un desconocido, que creo nos puede servir a muchos para meditar y valorar lo que realmente es importante en nuestra vida.
Había una joven muy rica, que tenía de todo, un marido maravilloso, hijos perfectos, un empleo que le daba muchísimo bien, una familia unida. Lo extraño es que ella no conseguía conciliar todo eso, el trabajo y los quehaceres le ocupaban todo el tiempo y su vida siempre estaba deficitaria en algún área.
Si el trabajo le consumía mucho tiempo, ella lo quitaba de los hijos, si surgían problemas, ella dejaba de lado al marido... Y así, las personas que ella amaba eran siempre dejadas para después.
Hasta que un día, su padre, un hombre muy sabio, le dio un regalo: Una planta con una flor carísima y rarísima, de la cual sólo había un ejemplar en todo el mundo. Y le dijo: -Hija, esta flor te va a ayudar mucho, ¡más de lo que te imaginas! Tan sólo tendrás que regarla y podarla de vez en cuando, y a veces conversar un poco con ella, y ella te dará a cambio ese perfume maravilloso y esas maravillosas flores.
La joven quedó muy emocionada, a fin de cuentas, la flor era de una belleza sin igual. Pero el tiempo fue pasando, los problemas surgieron, el trabajo consumía todo su tiempo, y su vida, que continuaba confusa, no le permitía cuidar de la flor. Ella llegaba a casa, miraba la planta y las flores todavía estaban allá, no mostraban señal de flaqueza o muerte, apenas estaban allá, lindas, perfumadas. Entonces ella pasaba de largo.
Hasta que un día, sin más ni menos, la planta murió. Ella llegó a casa ¡y se llevó un susto! Estaba muerta, su raíz estaba reseca, sus flores caídas y sus hojas amarillas. La joven lloró mucho, y contó a su padre lo que había ocurrido.
Su padre entonces respondió: -Yo ya me imaginaba que eso ocurriría, y no te puedo dar otra flor, porque no existe otra flor igual a esa, ella era única, al igual que tus hijos, tu marido y tu familia. Todos son bendiciones que el Señor te dio, pero tú tienes que aprender a regarlos, podarlos y darles atención, pues al igual que la flor, los sentimientos también mueren.
Te acostumbraste a ver la flor siempre allí, siempre florida, siempre perfumada y te olvidaste de cuidarla.
Actualmente, hay un activismo desmesurado y un consumismo por competencia de tener más y mejores cosas que los demás… Podría pasar que, con la excusa de “yo trabajo para mi familia” terminemos perdiendo a la familia y acabemos solos o mal acompañados. Hay que abrir los ojos antes de que sea demasiado tarde.
Las cosas materiales nos darán una alegría pasajera y luego viene un vacío. Por eso, muchas veces, personas adineradas se ven amargadas o tristes, buscando llenar el vacío en lugares equivocados. La felicidad verdadera y duradera no está en lo material o el egoísmo sino en darse a los demás, en especial nuestros seres cercanos y queridos, cuidándolos y tratando de hacerles felices.
Muchos de los delincuentes juveniles se meten a las pandillas por la falta de familia, por la necesidad de pertenencia que tenemos todos. Dejemos de quejarnos y demos nosotros el ejemplo cuidando la familia, para que nuestros hijos sean un modelo para otros jóvenes y además productivos para El Salvador.


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