jueves, 9 de julio de 2009

Si tan solo tocara el borde de su manto

Cuando estamos enfermos, buscamos el mejor médico, los mejores tratamientos, y todo según nuestras posibilidades económicas. ¨La salud lo es todo¨, nos dicen muchas personas. No hay sacrificio que no se haga con tal de encontrar la salud física; pero ¿Por qué no hacemos lo mismo con nuestra salud espiritual? Como cristianos, tenemos el mejor médico: Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien, y está vivo y resucitado, esperando que acudamos a él para que seamos sanos de cuerpo y de alma.

En el evangelio Según San Mateo 9,18-26, se nos presenta a Cristo que va a curar a una niña. Pero en el camino, una mujer enferma lo toca y recobra la salud. ¿Qué pensaba ella a la hora de tocar la punta del manto del Maestro? Tenía una confianza muy clara de que el Médico de las almas también podría curar su cuerpo. Eso era lo que tenía en la mente y lo que le llevó a curarse por la fe.

Cristo no se cansa de alabar la fe de la gente sencilla, porque sabe que ellos son los que más lo necesitan, y él los necesita para dar a conocer a los fuertes, que Dios se vale del débil para darles la salvación.

La mayor virtud de la mujer enferma fue la confianza en el poder de Jesús. Ella piensa que no necesita que Jesús la toque, basta que ella lo toque a él; ni es preciso que Jesús la vea, ni aun que sepa que está realizando un milagro al sanarla; sabía que de un modo natural salía de él un poder milagroso.

¿No nos faltará a nosotros algo más de confianza en la bondad del Señor? No es que no debamos poner los medios humanos para encontrar la salud, los médicos y doctores son instrumentos de Dios para darles salud a los enfermos. Pero quizás debemos darnos cuenta de que no son sólo ellos los que cuentan con la mayor eficiencia de la que les pueda corresponder.

La oración y la fe juegan un papel preponderante en cualquier situación de salud, tanto del alma como del cuerpo. Para nuestra propia perfección espiritual, no pensemos que somos nosotros por nuestra propia cuenta que podremos purificarnos; es Jesús, el Señor, el que verdaderamente salva, sana y libera.

La fe juega un papel importantísimo a la hora de acercarnos al Señor para solicitarle ayuda en cualquier necesidad. Muchas veces acudimos a él con mucha insistencia, pero con poca fe; lo recibimos en la comunión, hasta diariamente, pero lo hacemos de una manera rutinaria y sin el debido espíritu de fe y confianza.

Jesús, que quiere estar presente en nuestras vidas de una manera real, como un amigo incondicional, hoy nos dice: ¨No temas, tu fe te ha salvado. ¡Gracias mi Dios!

Oración:

Amado Jesús, yo sé que tú estas presente, vivo y resucitado en medio de mi vida. Tú sabes que yo quiero amarte y conocerte cada día más… pero sabes que soy débil, que soy frágil, que dudo. Te pido la gracia de tu fe y de la confianza en tu amor y en tu poder, para que cambies mi corazón por un corazón puro y apto para la misión que Dios Padre quiera encomendarme. Amén.

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