domingo, 5 de julio de 2009

Viviendo el valor de la gratitud

La gratitud no significa devolver o pagar un favor con otro igual, sino en mostrar afecto por ese acto de generosidad que se nos ha hecho o ha querido hacer, y valorar la buena voluntad. La gratitud no se reduce a una palabra, enriquece y transforma nuestra vida cuando mantenemos presente ese acto de afecto para con nosotros.

No hay acto más grande que el que conocemos del ser más maravilloso que ha pasado por esta tierra Nuestro Señor Jesucristo, quien pago a precio de sangre para librarnos de nuestros pecados. Nuestro Padre Celestial es tan misericordioso que envío a su único hijo para salvarnos. Te pregunto: ¿Darías a tú único hijo para salvar a delincuentes, trabajadoras sexuales… moribundos, no, cierto? Pues es algo de lo cual debemos ser agradecidos.

Como podemos agradar entonces a nuestro Padre celestial y saldar en parte la deuda que pago para librarnos de la muerte. No es tan difícil, una manera sencilla para iniciar es ayudando a los demás, pero claro sin querer recibir nada a cambio. Hay tantas maneras de servir a nuestros hermanos que si te las empiezo a enumerar pasaríamos la mañana completita haciéndolo; para ponértela mas fácil escucha la canción que te he adjunto a este mensaje, ahí podrás ver algunas formas de cómo podrás comenzar, lo vemos a diario pero muchas veces nos hacemos los tontos… quizás no le damos la debida importancia…. O simplemente no nos queremos comprometer.

También la podemos poner de manifiesto en lo mas sencillo, por ejemplo, en nuestro hogar, dándole gracias a nuestros Padres cada día por su amor y entrega, honrándoles con nuestro respeto y obediencia, y a las personas que ayudan en el hogar, como nuestro@ esposo@ o pareja. En la escuela, universidad u otros centros de preparación académica, agradeciendo a los maestros por su dedicación y paciencia para enseñar cada día.

Con los médicos y enfermeras que nos curan. Agradeciendo también a las personas que limpian nuestras calles, los que construyen parques donde nos divertimos con nuestros hijos y todos los que aportan y hacen nuestro entorno cada día mejor y seguro.

No nos olvidemos de agradecer todo, de decir siempre gracias al menor servicio prestado; con un ¨gracias¨ reconocemos y valoramos la ayuda y servicio que recibimos de los demás.

El apóstol Juan enseñó que nuestro servicio a otros en amor muestra que verdaderamente fuimos salvados. El dijo: Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. Si no amo a los demás ni deseo servirles, y si sólo estoy concentrado en mis necesidades; debería preguntarme si Cristo está realmente en mi vida. Un corazón salvado es uno que quiere. Otro término para el servicio de Dios, mal interpretado por la mayoría de las personas, es la palabra ministerio. Cuando la mayoría de las personas escuchan, piensan en pastores, sacerdotes y clérigos profesionales, pero Dios dice que cada miembro de su familia es un ministro. En su Palabra, los vocablos servidor y ministro son sinónimos, igual que servicio y ministerio, por tanto si te consideras verdaderamente ser seguidor de Cristo, es decir, Cristiano, debes ser un ministro y cuando estás sirviendo, estás ministrando.

Cuando la suegra de Pedro enfermó y fue sanada por el Señor, instantáneamente ¨Se levantó y comenzó a servirle, aplicando la recepción del don de la salud. Esto es lo que nosotros debemos hacer. Fuimos sanados para ayudar a otros. Fuimos bendecidos para ser de bendición. Fuimos salvados para servir, no para sentarnos y esperar el cielo, ¡este se gana!. ¿Alguna vez te has pregunto por qué Dios no nos llevó de inmediato al cielo en el momento que aceptamos su gracia? ¿Por qué nos deja en un mundo caído? El nos puso aquí para cumplir con sus propósitos. Una vez que has sido salvado, Dios intenta usarte en sus planes. El te tiene un ministerio en su iglesia y una misión en el mundo.
Oración:
Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer. Tú me lo diste, a ti, Señor, lo devuelvo. Todo es tuyo. Puedes disponer de todo según tu voluntad. Dame tu amor y gracia, que esto me basta para seguir tu obra santa. Te lo pido en el nombre de tu hijo Jesucristo que vive y reina, por los siglos de los siglos. Amén

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